Pintor, muralista, restaurador, pero ante todo un verdadero ser humano
Por Carlos Bernales (Cabe)/New York Hispano
Colaborador
Orcotuna es un lugar mágico, una palabra quechua que significa “Rincón de las Tunas”, debido a la cantidad que se producían en este lugar en tiempos pasados. En este lugar los espíritus pasean durante las noches y algunos hablan con los pobladores, es así como a una dama del lugar llamada Chumirosa observó a una niña que, pasadas la medianoche, se encontraba en Aquilá, un puquial de aguas frescas y vio a una niña que lavaba la ropa, la niña apenas la vio, desapareció. Pero volvió a verla y reveló que era la Virgen María, madre de Jesús, quien le pidió que allí, junto a ese manantial, se levantara una Capilla a la Virgen de Cocharcas. Y desde entonces llegan de todas partes muchos peregrinos a ese lugar de devoción.
Es este lugar, Orcotuna, el que dio luz a la vida de Carlos Tunanñana, quien desde muy niño maravillado por las formas y colores de la naturaleza aprendió a reproducirlos hasta modelar su vocación en la Escuela de Bellas Artes de Lima.
Como todo soñador, sintió que el mundo era más ancho que Lima y menos ajeno de lo que se supone. Y así a mediados de los años 70’s llega a Nueva York y cambia las altas cumbres andinas por los rascacielos típicos de esta ciudad. Enseñado a ver las alturas, inició su carrera de pintor en la Gran Manzana. Claro está sin dejar de lado el oficio que ocupamos todos los inmigrantes recién llegados, lavando platos.
En realidad, Nueva York no era su destino, sino Italia o Francia, o España, cunas del arte plástico. Tuvo la suerte de, apenas llegado, lograr el sueño de hacer caso a las locas ilusiones y salir del país. Junto con otros colegas, que se llamaban el grupo cinco, tenían un Taller en la Plaza 2 de Mayo “y pudimos salir, éramos Willy Quiroz, Félix Chávez, Fernando Pomalaza, Oswaldo Ventura, y en NY uno de los cónsules nos permitió hacer exposiciones. Eran otros tiempos. Nuestro propósito era encontrar nuevos horizontes dentro de las artes”.
“Sin darnos cuenta, descubrimos, sin conocer el idioma, el hilo que nos llevó a los materiales de arte y fue una gran emoción encontrar de todo, toda clase de materiales para hacer volar la imaginación, pero también a otros artistas plásticos que fueron generosos dándonos información. Así llegué a tomar contacto con la galería, Robert Aaron John, y así ingresé al mercado estadounidense. A esto se le llama iniciar el “cross-over”. Así fue, pues de allí pasé a otras diversificando mi trabajo en galerías como Gooding, Short Collection Gallery, algunas de las cuales, debido a la pandemia han cerrado”.
“Sin pensarlo, me quedé 50 años en este país”.
“Puedo asegurar que tuve suerte porque me he ganado la vida pintando, es así como he vivido y disfrutado, aunque pienso que más que suerte es la constancia, la disciplina y gozar con lo que uno hace siendo consecuente con esta actividad. Porque no es fácil ganarte la vida pintando a exclusividad”.
Pensamos en la advertencia de Picasso, de no dejarse llevar por eso que algunos llaman inspiración o golpe de suerte. Para el autor de Guernica, la inspiración, si existe, a él lo agarra trabajando. Y esa ha sido la consigna espiritual de Tunanñana, a quien se le conoce con el seudónimo de Carlos Rozán, cuyo origen tiene gracia, pues le decían que era muy difícil memorizar o pronunciar su apellido, de modo que buscando un seudónimo él sugirió uno, pero entendieron que decía Rozán y él no puso objeción.
Después de todo, un nombre algo borroso puede parecerse a la escuela que Tunanñana desarrolla con maestría, el impresionismo, esa escuela de arte que se inicia a mediados del siglo XIX, y que tiene como sus virtuosos a Monet y a Manet, pero que en ella se inscriben verdaderos genios como Vincent Van Gogh, Paul Cézanne, o Camille Pissarro.
“Nunca tuve en Perú la oportunidad de ver cuadros originales con la abundancia con que uno se encuentra en Nueva York y para mí fue una maravillosa experiencia encontrar todas esas obras a la “vuelta de la esquina” como se dice”, recuerda con nostalgia Tunanñana. “Para mí, fue una significativa influencia ver y sentir el lenguaje impresionista, marcó mi voluntad de artista, obviamente un impresionismo “a mi manera”, porque no me sometí a sus pautas. El impresionismo original tiene reglas de uso de color, por ejemplo, no usar el color negro y yo lo usé cuantas veces se me ocurrió. Así de simple”.
En esa amplitud de ideas y de no limitarse en ninguna de las áreas del arte, Tunanñana, o Rozán, incursionó en nuevas disciplinas y así participa en la restauración de locales en diferentes lugares de gran prestigio en Nueva York, llegando a restaurar murales en Wall Street, en el edificio de la Logia Masónica, y otros que son realmente una maravilla digna de verse.
También, Tunanñana, ha incursionado en el surrealismo, en el arte abstracto que él entiende como una expresión de ese otro yo que todos tenemos escondido, y que aflora en el arte dotándonos de formas y colores, que fluyen interminablemente asomándose a lecturas en las que los espectadores terminan de dibujar mentalmente, cada vez que afirman haber encontrado un caballo o la sombra de un árbol que el pintor ni siquiera imaginó pero que el observador termina definiendo.
Y así, para Tunanñana la imaginación no tiene límites. Hoy ya en retiro formal, él sigue trabajando y su sueño es continuar voluntariamente educando en el Perú a las jóvenes generaciones a las que sin egoísmo ni limitaciones ayuda en su formación.
Profesionalmente, Carlos Tunanñana, es pintor, pero ante todo es un gran ser humano que nos educa con el ejemplo de su vida, mientras su espíritu se sigue paseando por Orcotuna.