“Pobreza no debe ser una maldición”

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Shaina Coronel, directora de comunicaciones de la Oficina de Asuntos para Inmigrantes de la Alcaldía de New York

Shaina Coronel, una profesional orgullosa de su origen ecuatoriano.

Arturo Castillo/New York Hispano

Colaborador

Nueva York

De inteligencia vivaz, carácter chispeante y natural carisma, Shaina Coronel, con sus 25 años de edad, es la directora de comunicaciones de la Oficina de Asuntos para Inmigrantes de la Alcaldía de New York. Estas semanas han sido para ella y sus colegas, largas y sacrificadas. El arribo de buses de inmigrantes desde Texas ha requerido de una logística bien planificada; pero más que eso, de gran empatía humana.

Desde las 4 de la madrugada, Shaina y su equipo han estado acudiendo a ayudar a quienes necesitan desesperadamente ser acogidos.

Es que Shaina conecta con su propia historia. Sus padres llegaron a Estados Unidos, desde Ecuador, en calidad de indocumentados, a inicios de los 80s. Con apenas 24 y 21 años, y dos hijos pequeños, se arriesgaron a un viaje de impredecibles consecuencias. Las cosas, sin embargo, no salieron como pensaban, relata Shaina. La pobreza de la que venían huyendo les dio el encuentro también acá, en la tierra de las oportunidades.

Ella tiene vívidas memorias de esos dolorosos días, cuando el hambre acosaba. Quedaba una sola esperanza: educarse, y ella estaba bien equipada. Tenía inteligencia y una gran determinación y, sobre todo, el apoyo amoroso e incondicional de su madre.

Efectivamente, su madre, que solo había completado la escuela primaria, pues debió empezar a trabajar desde los 15 años para sostener a tres hermanos, que quedaron huérfanos, tenía un sueño: verle a su hija triunfar.

“Nací en Brooklyn, y tuve la fortuna de recibir una buena educación pública. Cuando estaba en el colegio, apliqué para una beca con el programa Seizing Every Opportunity (SEO Scholar Program). Estudié en Hamilton College, donde alcancé la licenciatura en Antropología”, cuenta Shaina.

Recuerda que tenía cuatro trabajos para poder cubrir su manutención mientras estudiaba. Con su talento, Shaina bien pudo elegir una carrera que le asegurara un futuro cómodo; en cambio, optó por una profesión con orientación humanista. “Crecí viendo a mi madre ayudar a la gente de nuestra comunidad. Ella se apersonaba para encontrarles trabajo a los migrantes recién llegados. Siempre estaba dispuesta a tenderles una mano para que pudieran llevar el pan a su casa. Ese deseo de ayudar a los demás quedó profundamente grabado en mí. Por eso me apasiona lo que hago aquí, en mi trabajo”.

Shaina Coronel, joven profesional, durante sus labores.

Shaina ha vivido el proceso de superposición de dos mundos; su condición de hija de inmigrantes y su pertenencia a la cultura estadounidense.

“Hay una idiosincrasia, una manera de ser y de actuar propias de las raíces de tus padres, incluido el idioma. Recuerdo sirviéndole de traductora a mi madre en diferentes circunstancias, como cuando tenía que hablar con mis profesores. El español lo asimilé con la lectura de la Biblia, que tanto gustaba a mi madre.

También recuerdo ciertas formas y conductas propias de Ecuador. “¡No respondas, qué! ¡Di, ‘mande, mami’!”. Me comportaba, pues, como una niña respetuosa, muy a lo ecuatoriano. Era muy tímida, amaba los libros; me gustaba mucho estudiar. En el colegio me volví locuaz y extravertida”, confiesa Shaina entre risas. De hecho, la risa y el buen humor han sido siempre sus antídotos para sobrellevar los tiempos difíciles.

“Vengo de una familia pobre. Sé lo que es estar a oscuras, porque no había para pagar el servicio; lo que es no tener agua caliente, porque no había para pagar el gas. Lo que nunca faltaba era el amor de mis padres, especialmente de mi madre. Y fue en medio de todas esas limitaciones que visualicé que una mejor educación significaría un futuro más estable y satisfactorio. Hay algo que quiero decirles a los jóvenes que han vivido experiencias parecidas a las mías. El pasado no define tu futuro. La pobreza no debe ser una maldición. El hecho de que mis padres y mis hermanos vivieran en limitación y pobreza no significaba que yo estuviera condenada a esa suerte. Y más cuando creces en un lugar como Nueva York, que ofrece incontables programas, que cuenta con muchos recursos para ayudar a los jóvenes que quieren superarse, sin importar su estatus migratorio. La clave está en informarse sobre esos programas”.

Algunos recuerdos vienen a su memoria como oleajes, y el llanto es inevitable. Shaina hace una pausa para enjugar sus lágrimas, que significan una reconciliación entre su aciago pasado y la satisfacción por los logros del presente.

Desfilan por su mente algunos rostros queridos, gente que creyó en ella. “Mi jefe, el comisionado Manuel Castro, ha confiado en mí sin reservas. Esto es una bendición en mi vida, que me da el privilegio de servir a la comunidad de inmigrantes. Samantha Keitt, mi primera jefa, con su paciencia y sabios consejos me impulsó a creer más en mí misma. He crecido gracias a muchos de mis colegas”.

Y cuando volvemos al tema de los inmigrantes expulsados de Texas, Shaina rompe nuevamente en llanto. Entonces es tiempo de concluir la conversación, pues a nosotros también se nos hace un nudo en la garganta.