Un año después sufre aún las secuelas del virus que le llevó al borde de la muerte, ya que continúa con dolor en el cuerpo y se fatiga al caminar
EFE
Nueva York
La mexicana Elvira Salazar no puede evitar que las lágrimas asomen al recordar lo vivido tras contagiarse hace un año de la covid-19 poco después de decretarse en Nueva York una pandemia de una virus que la dejó en coma, mucho dolor y un complicado lastre de secuelas por el coronavirus.
Esta madre y abuela no recuerda qué ocurrió durante el mes en que estuvo en un hospital en coma, como tampoco sabía nada del virus que causó que tuviera que ser intubada y debilitó su corazón al punto de que los médicos dijeran a su esposo “que se preparara para lo peor” porque creían que no sobreviviría.
“Tenía mucha tos, me dolía mucho el cuerpo. Creí que era un ataque de asma, así que me tomé los medicamentos y usé la máquina de terapia, pero conforme iban pasando los días iba sintiéndome peor. El 16 de marzo fui al hospital y me hicieron la prueba”, que arrojó positivo y quedó hospitalizada, explica.
“Me dio miedo porque a ese momento no se había escuchado mucho (de la covid) ni de muertes (en Nueva York). Sabía que era un virus y que estaba atacando a muchas personas pero nada más. Pero a partir de ahí ya no me acuerdo de nada” del tiempo en el hospital, dice Salazar, que un año después sufre aún las secuelas.
UN MES EN COMA
Un mes después, cuando despertó en la habitación del centro sanitario esta mexicana de 50 años sólo podía mover las manos y pies. No podía comunicarse y su familia no estaba a su lado debido a las restricciones por la pandemia.
“Cuando desperté del coma en el hospital nadie me dijo ‘estamos en una pandemia, no puede venir tu familia a visitarte, nada. Me desperté y me dije ‘¿qué hago aquí?'”, indica Salazar, que emigró hace 23 años a Nueva York junto con su esposo desde Puebla.
Su esposo, Abraham Díaz, comenta también a Efe que su esposa “creía que le habíamos abandonado, que la habíamos dejado de querer”, algo que, insiste, es algo imposible: “Nunca en la vida”.
Fueron momentos muy difíciles en los que tuvo que mostrarse fuerte por sus hijos, pero dice que gracias a su fe y el apoyo de los feligreses de la iglesia a la que asisten en El Bronx, donde viven, pudo afrontar la situación.
La débil condición de salud de su mujer requirió que fuera enviada a un centro de rehabilitación.
“Hablaba como un bebé, sílaba por sílaba”, recuerda la inmigrante y asegura que el mes que estuvo allí vivió “la experiencia más fea que pude haber pasado después del covid“, porque tenía que depender para todo del personal.
TRAUMÁTICA RECUPERACIÓN
Además de lo sufrido por el coronavirus, Elvira, ama de casa y madre de tres, cree que fue violada allí mientras estaba dormida bajo los efectos de los medicamentos. Aunque denunció la situación al ser llevada a un hospital por otra situación, ya habían pasado varios días y era difícil determinarlo, según le indicó un médico.
“Entré en un estado de depresión que un día pensé que me iba a quitar la vida porque me trataban muy mal”, y el único contacto con su familia era por vídeo conferencia, señaló la inmigrante, que se negó a regresar al centro de rehabilitación donde, según denuncia, había sido mal atendida, y fue enviada a otra institución para continuar el tratamiento.
Luego de tres meses del diagnóstico del virus y sin contacto directo con su familia regresó a su hogar el pasado junio, y dice que agradece a Dios por estar viva.
SECUELAS A SUPERAR
Un año después sufre aún las secuelas del virus que le llevó al borde de la muerte, ya que continúa con dolor en el cuerpo y se fatiga al caminar, pero ya le ha crecido un poco el cabello que perdió por la pandemia.
“No me importa que se me haya caído el cabello, no me importa que no pueda caminar bien porque si camino unos bloques me canso, me desespera tener la mascarilla, he llorado muchas veces, pero estoy viva, que es lo más importante”, señala la mujer, que hace sólo unos días perdió a su hermana en México por la covid-19.
“Son tantas cosas pasando a tu alrededor que uno quisiera gritar pero uno no puede cuestionar a Dios. Hay que seguir adelante”, dice.
Asegura que ha sido un año de muchas pruebas personales y de “aprendizajes”, un año de extremos, de “blanco y negro”, un año en el que ha vivido “cosas horribles”.
“He sentido mucho dolor, pero estoy con mi familia y aunque no tengo mi salud al ciento por ciento, estoy viva”, sostiene la mexicana, que espera dejar lo más atrás posible los terribles 12 meses de la covid-19 y tener por delante otros muchos años más de vida.
17 de Marzo 2021
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. 2021.
PROHIBIDA LA REPRODUCCIÓN TOTAL O PARCIAL DE CUALQUIER MATERIAL DE ESTE PERIÓDICO SIN LA AUTORIZACIÓN EXPRESA Y ESCRITA DE LA EMPRESA EDITORA