“Lo empresarial y lo humano puede armonizarse”

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El propietario de Costamar Express, Fernando Arcos, explica sobre su trayectoria en Nueva York

El empresario Fernando Arcos, con directivos de la Asociación de Couriers Familiares Ecuatorianos.

Arturo Castillo/New York Hispano

Colaborador

Muchas veces, el dinero y el prestigio se convierten en trampas, formas de envanecimiento, de egoísmo. Hay quienes pierden la capacidad de empatía humana; se vuelven el centro de su propio universo. Fernando Arcos es un ecuatoriano que llegó a Estados Unidos hace 39 años. En los años transcurridos, ha construido una empresa, una familia, y ha generado miles de puestos de trabajo. Su sentido de solidaridad, su capacidad para ponerse en la piel del otro, del que necesita; su labor incansable para llegar a las comunidades, no solo con cosas de orden material, sino también con apoyo anímico, han hecho de este hombre de negocios ecuatoriano un referente de cómo los afanes empresariales y las responsabilidades sociales pueden cohabitar para lograr un mundo más justo, más humano.

Cuéntenos acerca de usted, de su trayectoria profesional, de sus incursiones como emprendedor, de sus experiencias como migrante.

Yo salí de Ecuador en el año 1983, hacia New York directamente. Había terminado el primer año de medicina, y viajé de vacaciones. Por aquellos días la migración no era tan alta. Uno se quedaba por acá por el simple gusto de quedarse o porque buscaba alguna oportunidad futura. Estados Unidos estaba en muy buenas condiciones todavía; se podía crecer económicamente. Como todo buen cuencano, empecé a trabajar en orfebrería, con el oro; nunca me había dedicado a nada de eso, sino que muchos paisanos ecuatorianos, cuencanos, tenían vínculos con este tipo de actividades, y nos ayudaban a encontrar trabajo en las factorías. Nos enseñaban a pulir, a hacer cosas sencillas, capaz de que pudiéramos emplearnos. Yo hallé trabajo en el ‘Distrito del Diamante’, en la 47, en Manhattan, donde laboré por alrededor de tres años.

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Entonces, ¿también como buen cuencano, descubrió usted que tenía una capacidad artesanal, artística, en sus manos?

No realmente. Si ponían algo en mis manos, yo no sabía si era un pedazo de lata o si era oro. Era la urgencia de salir adelante, entonces había que decir yo sé todo, aunque no supiera nada. El asunto era entrar urgentemente al mundo productivo.

Y de ahí, ¿cuál fue el siguiente salto?

Yo nunca me quedaba quieto, resignado a ser un empleado normal, dependiente. Después de tres o cuatro años que ya aprendí el negocio, hice un emprendimiento con mi esposa. Logramos ponernos una pequeña joyería, donde hacíamos reparaciones. Teníamos una vitrinita con joyas. La primera joyería que pusimos fue en el alto Manhattan, en la 189 y Broadway, un lugar donde las papas quemaban, como se dice, pues había mucha droga, con la presencia del cartel de Medellín. La verdad es que se movía muchísimo dinero. Ligado a eso, hubo un boom de las joyerías, un auge grande, que permitió prosperar rápidamente.

Tenemos el imaginario de las escenas recogidas de esa época, en películas, de los sujetos ostentosos, que usaban cadenas de oro, esclavas, relojes de oro, anillos, inclusive dientes. Usted debió ser testigo de todo eso…

Sí, la cantidad de dinero que tenían era impresionante, al punto que se lo comían las ratas. Preferían entonces invertir ese dinero en oro. Muchas veces no venían a comprarte porque les gustara, sino porque querían deshacerse del dinero. “Oye, decían, quiero la cadena más grande, el brazalete más pesado y grueso que tengas”. A veces te pagaban con billetes medio comidos.

¿Y cómo se dio su transición hacia la actividad turística?

Vino la gran recesión de los años 90s. Todo este tipo de negocios comienzan a quebrar porque la gente no tenía dinero. A ello se sumó la gran lucha del presidente Ronald Reagan para combatir el narcotráfico. Esos dos factores finalmente provocaron que el negocio de las joyerías no fuera más sustentable. La gente no tenía para comer, peor para gastar dinero en cosas suntuarias, en joyas. En la búsqueda de alternativas, logramos comprar una franquicia de Costamar Travel, que apenas estaba empezando, con unas dos o tres agencias. El auge de este tipo de negocios se debió también a una recesión a nivel mundial, que disparó una ola migratoria hacia Estados Unidos.

Ese éxodo de los noventas generó la necesidad no solo de vender ‘tickets’ para que viajaran los migrantes, sino también de ofrecer una diversidad de servicios. Necesitaban hacer llamadas telefónicas, enviar dinero; todo tipo de requerimientos, como mandar paquetes, cartas, documentos.

Fernando Arcos, recibe un reconocimiento del entonces cónsul general de Ecuador en Nueva York, Rodrigo Benítez, actualmente cónsul de Ecuador en Queen.

Es decir, estamos hablando de la era pre-digital. ¿Cómo fue para usted la transición tecnológica?

Fue un salto muy importante, pero muy complicado a la vez. Si no estabas al día con la tecnología, te ibas quedando, porque los avances eran muy rápidos. El Internet lo cambió todo. Fue una época maravillosa en cuanto a la tecnología. Nosotros hemos sido bendecidos de poder ver toda esta transición en tan pocos años. Por otra parte, a la cuestión de la tecnología tuvo también una incidencia desfavorable. El 80 por ciento del negocio consistía en la venta de pasajes, de tours, el turismo. Pero pasa que va dando un vuelco porque las aerolíneas empiezan a quitarnos a nosotros comisiones o las bajan a un punto tal que muchas compañías desaparecieron, porque no vieron otras opciones o porque invirtieron de tal manera en tecnología que no alcanzaron a recuperarse. Las agencias más grandes lograron mantenerse a flote, pues empezaron a hacer la venta de pasajes directamente desde sus ‘websites’, dejando de lado a los intermediarios, que éramos las agencias más pequeñas.

¿Fueron, en ese punto, los migrantes ecuatorianos fundamentales para el crecimiento de su negocio?

Primeramente, cuando se hace el análisis, cuando tú estás ahí, tú eres el termómetro de lo que es la migración, por que empiezan a entrar a tus oficinas gentes de todos los lugares. Por ejemplo, si se hacían 100 transacciones, 50-60 eran de ecuatorianos, unas 30 o 40, de colombianos, unas 10, de peruanos, y así por el estilo. Dependiendo del lugar donde estábamos, nosotros veíamos el movimiento migratorio. Por eso afirmo que nosotros nos convertimos en un termómetro de la migración, al punto que nuestra base de datos servía el gobierno ecuatoriano, porque no tenía idea acerca del número y ubicación de los ecuatorianos en Nueva York. Nosotros, los ‘couriers’, hemos sido de gran ayuda en ese sentido.

Eso en cuanto a la percepción del negocio, ¿pero ¿qué de su percepción acerca del ecuatoriano como persona, como ser humano, obligado a adaptarse a una cultura totalmente distinta a la suya?

Cuando empezamos a darnos cuenta de las necesidades de los compatriotas, nuestra perspectiva cambió totalmente. Te conviertes en otra persona porque percibes la barbaridad de la migración, a qué punto puede llegar. Eso te obliga a tomar ciertas medidas, a implementar formas de ayuda para estos seres humanos. Siendo nosotros mismos migrantes, que llegamos a este país y que nos tocó muchas veces morder la cobija para que no nos escucharan llorar, podíamos entender su situación.

¿Cómo describiría usted las circunstancias de los migrantes que llegaron por ese entonces a este país?

Esa migración que llegó acá fue terrible. Gente que no se adaptaba, gente que deambulaba de un lado a otro tratando de conseguir algún tipo de ayuda, que pasaba hambre, necesidad, la angustia de mantener a una familia que había dejado en su país; la impotencia del idioma, el clima, lo extraño de los hábitos de esta cultura. La ignorancia de muchos de estos compatriotas les hacía presa fácil del abuso, incluso de sus propios familiares, de sus amigos que quedaron con sus hijos. Tengo innumerables anécdotas acerca de todo lo que padecieron los compatriotas.

¿Cómo ha logrado amalgamar al empresario, que tiene la meta de la ganancia, del éxito material, con el ser humano empático, solidario, dispuesto ayudar al necesitado?

Como digo, tengo anécdotas que contar, historias que compartir, que simplemente parten el corazón. Como la de aquel hombre humilde que vi quedarse en nuestra oficina por un largo tiempo. Pensé que no le habían atendido, y me le acerco y le pregunto si necesitaba ayuda, y me dice: “Para serle franco, estoy aquí porque vivimos diez personas en un cuarto, y ellos están durmiendo porque trabajan por la noche. Todos están tirados en el piso; yo ya dormí y me levanté, pero no tengo ni siquiera dónde poner un pie. Y afuera está muy frío; por Dios, déjeme quedarme aquí un ratico más aquí”. Esas cosas te parten el alma, pero también te inspiran a convertirte en un líder social; ya no piensas solo en el dinero. Por eso afirmo que lo empresarial y lo humano pueden armonizarse.

Por ejemplo, tenemos el Comité de lucha por los derechos de los migrantes, donde nos activamos a nivel nacional, en los Estados Unidos, para promover causas justas, que mejoren las condiciones de vida de los migrantes.

En Ecuador manejamos una asociación que se llama ‘Juntos por una sonrisa y un juguete’. En la Navidad damos juguetes a más de 3.000 niños.