Arturo Castillo | New York Hispano | Colaborador
Lorena Kourousias es directora ejecutiva de Mixteca, una organización comunitaria ubicada en Sunset Park, que ofrece ayuda a la comunidad de inmigrantes mexicanos y latinoamericanos de Brooklyn. Mixteca brinda servicios en las áreas de salud y educación. Asiste en problemas sociales y legales.
¿De dónde viene su vocación de servicio a la comunidad latina y, particularmente, a sus compatriotas mexicanos?
Mi abuelo, Ventura García, fue parte del programa ‘Bracero’. Él siempre soñaba con venir a este país trabajar. Él vino a cultivar los campos de los Estados Unidos desde que era joven.
Mi abuelo siempre hizo las cosas bien, y decía que como hacía bien las cosas, es decir, venía cuando le daban el permiso y regresaba a Michoacán cuando tenía que volver, estaba convencido de que le iban a dar una visa. Además, porque ayudaba a los Estados Unidos. Sin embargo, se la negaron, y nunca pudo venir a quedarse permanentemente. Lo que quiero decir es que somos el sueño cumplido de muchas generaciones. Mi abuela era una mujer que ayudaba a los migrantes que hacían caminatas para ir a ver a la virgen; todo ese tipo de caminatas que se hacen en México. Ella siempre ofrecía comida. Cuento todo porque esta pasión por trabajar no solo viene de mí. Mi familia es una familia migrante; migraron de Michoacán a la Ciudad de México. Solo era mi abuelo quien iba y venía. Yo migré de Ciudad de México a Estados Unidos.
El trabajo que yo hago es algo personal, tiene que ver con los valores que me inculcaron, con la manera que me educó mi abuela para ayudar a los desprotegidos, y con el sueño de mi abuelo de vivir en este país.
El sueño americano ha estado siempre en la mente de su familia, y han hecho de ello su propósito de vida.
Bueno, vine acá con un sueño americano, que en dos meses se me volvió pesadilla. Llegué a Estados Unidos como hace 13 años. Mis primeros trabajos, como muchas de las migrantes, fueron limpiar casas, cuidar niños. En México tengo dos maestrías en psicología, pero, obviamente, mis maestrías no servían de nada acá. Después de un largo camino de aprender inglés, estudiar otra maestría, regresé a trabajar en lo que a mí me gusta. Ahora también tengo una licencia como trabajadora social. Entonces creo que todas esas vivencias personales, el esfuerzo de estar estudiando acá, la situación misma de ser migrante, de prepararme para encontrar ocupación en lo mío, me han dado mucha experiencia en el trabajo con la comunidad migrante.
Todo esto es algo bastante personal, lo que hago aquí, en Mixteca. Mi pasión es ayudar a los desprotegidos.
¿Cómo ha logrado concretar sus sueños, darles vida? ¿Ha tenido que ver con su carácter, con la buena fortuna, contactos apropiados?
Mucho tiempo pensé que como era mexicana emigrante, y a los mexicanos les caracteriza la determinación, todo sería fácil. Pero luego me di cuenta de que no todos los mexicanos migrantes son determinados. Creo más bien que tiene que ver con muchas cosas que sobreviví desde niña. Yo crecí en un barrio que era bastante complicado, donde había mucha violencia. Pienso que cuando uno sobrevive a esas cosas sin meterse por el mal camino, encuentra las estrategias para que los obstáculos se vuelvan oportunidades. Esa ha sido mi manera. Cuando he conseguido trabajos, ha sido porque soy resuelta, o necia. Me pongo algo en la cabeza, y sigo por ahí. Creo que un aspecto que me ayudó muchísimo es que no me quedo sola, busco ayuda. Algo que aprendí a hacer es buscar el apoyo de otras personas. En México yo trabajaba para el gobierno, y me cansé de eso. Quería otro tipo de actividad; concretamente, deseaba servir a personas que habían sobrevivido a la violencia.
Yo creo que la resiliencia que tenemos los migrantes y los sobrevivientes de condiciones de violencia y muchas otras situaciones extremas, bien canalizadas, ayudan a crecer.
Muchas personas están predispuestas a que, como migrantes, les vaya mal. Piensan que todo será sufrimiento, obstáculos insuperables.
Una ocasión estuve en Massachusetts, en un lugar muy hermoso, en un retiro de yoga, enviada por mi trabajo. Me preguntaba qué fue lo que hizo que estuviera ahí sentada, y no quizás en una situación complicada, que habría sido mi destino como una niña que creció en un barrio con mucha violencia entre pandillas. El pronóstico que le hubieran dado a esa niña no habría sido estar en ese bello lugar, en un retiro de yoga, con comida saludable, rodeada de gentes diferentes a mí; la única latina. Todas eran blancas ricas del Upper East Side, flacas. Y pensé, ¿cómo poner eso en el camino para otras personas?
El destino de cada persona es único. En ese sentido, cada migrante tiene su propia estrella. No es posible repetir el molde del éxito.
Lo único que sé es que cada reto puede convertirse en una oportunidad. Yo trabajaba limpiando casas, de niñera. Pero pensaba que si una vez ya me había funcionado en México, mi deseo de trabajar en otro lugar, también podía ocurrir acá. Me había dicho a mí misma “ya no quiero trabajar para el gobierno de México”, y empecé a ofrecer mis servicios profesionales. Llamé a varios lugares. En uno de ellos me entrevistaron y al siguiente día me dieron el trabajo como psicóloga. Siempre he tenido esa capacidad; si me dicen que no, no importa. Acá empecé a hacer lo mismo, pero claro, el idioma era una barrera. Me aprendí mi marketing page. Yo podía hablar en inglés cinco minutos. Podía decir mi nombre, qué hacía, quién era, pero si me preguntaban algo más, me atoraba.
Llamaba y me ofrecía como voluntaria. Pensaba, “qué voy a poner en mi currículum”, ¿qué iba decir? ¿Que era niñera? ¿Que limpiaba casas? Al menos necesitaba tener algo profesional que me ayudará algún momento a regresar a lo mío.
Conseguí un trabajo como voluntaria en un hospital de Brooklyn, donde hacía servicios de acompañamiento a personas que habían sido violentadas sexualmente. Mi especialidad era dar apoyo a aquellas personas que no podían hablar inglés. Me podían llamar a cualquier hora del día o de la noche, y yo les acompañaba en el proceso del hospital. Hacía traducción, pero también les brindaba acompañamiento. A la postre, me contrataron en el hospital.
Parece que se ha dejado llevar por sus intuiciones, por sus corazonadas, por una especie de pensamiento mágico.
Sí, es esa intuición que de repente me da. Recuerdo muchas veces haber dicho, “si esto no se resuelve hasta tal hora, voy a hacer esto”. Y, generalmente, se resolvía antes de esa hora. Me gusta la ciencia, pero sí, yo tengo mi pensamiento mágico. Muchas veces me conecto, y digo “no creo que eso vaya suceder”. No sé cómo explicarlo, pero internamente sé que vamos a estar bien, que no hay por qué preocuparse.
¿Cómo ha logrado sacar lo mejor de sí misma para servir a la comunidad latina, desde Mixteca?
Cuando en México quería hacer algunas cosas, me dejaba llevar por una especie de inocencia, que todavía tengo. Yo pensaba, inocentemente, que en Estados Unidos iba tener todos los recursos que en México no tenía para ayudar a las personas víctimas de violencia. Pero pronto me di cuenta de que aquí también la justicia tiene color.
Algo que hay que considerar es que no importa cómo hayamos llegado a este país, el tipo de trabajos que hacemos inicialmente como migrantes, no tenemos que perder de vista nuestro pasado educativo, la familia que nos ama, y tener las ganas de hacer cosas. Traemos habilidades. En mi caso, yo ya venía con dos maestrías, tenía destrezas. Eso sí, nunca paré de estudiar inglés, sin importar el trabajo que estuviera haciendo, las circunstancias. Como me gustan los libros, me encanta estudiar, para mí no era una exigencia aprender el idioma.
En lo concreto, Mixteca tenía un presupuesto de $250 mil anuales hace cuatro años que yo llegué. Con eso no podíamos hacer nada. Hoy tenemos un presupuesto anual de $1.5 millones, en cuatro años que estoy al frente de esta organización. ¿Cómo? No me pregunte cómo.
Publicado el 02 de Agosto 2023